19 Abr «A nuestro propio ritmo»
«Debo ser franca al admitir, que mi experiencia escolar como una niña autista, dista de ser idílica.»
Por Ailyn Falk Aliaga.
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Para muchas personas, evocar el colegio es regresar a una época en la que las cosas eran más simples y placenteras. Carecíamos de las preocupaciones que acechan en la adultez, había gozo en las pequeñas cosas y se disponía de tiempo sin mayores responsabilidades.
Comprendo y comparto en parte estos recuerdos, aunque debo ser franca al admitir, que mi experiencia escolar como una niña autista, dista de ser idílica.
Aunque la mayoría de los recuerdos de mi educación básica se han desvanecido en la nebulosa del tiempo, aún puedo recordar vívidamente la sensación de malestar que me embargaba cada mañana al despertar. Para mí, asistir al colegio era una fuente constante de angustia siendo una niña autista.
Mis padres relatan que solía llorar mucho cada mañana antes de ir al colegio (esto sí lo recuerdo), y ahora, en mi etapa adulta, siendo más reflexiva y analítica, puedo entender las razones tras estos episodios.
La abrumadora cantidad de estímulos que recibía durante un día de clases era especialmente perturbadora para mí, debido a diversas variables como mis hipersensibilidades sensoriales, las exigencias sociales, emocionales, cognitivas, etc.
Los días escolares eran impredecibles, con constantes cambios en el itinerario que generaban una sensación de desasosiego. El estruendo de los niños, dentro y fuera del aula, abrumaba mi agudeza auditiva, y la insistencia de los adultos en que me integrara a las juegos grupales, bajo el pretexto de la “infancia común”, generaba un profundo malestar.
Además, la obligación de participar en actividades en las que no era precisamente diestra, aumentaba mi frustración y ansiedad. Esta mezcla de emociones negativas convertía la experiencia escolar en una situación poco agradable, que prefería evitar cinco días a la semana.
Mi llanto en ese período, como muchos suponían; no era mero capricho, o dependencia excesiva. Para mí, cada día escolar era sensorialmente agotador, pero como niña no tenía las herramientas, ni la madurez, para expresarlo.
Para ese tiempo aún no se conocía mi diagnóstico y se esperaba que yo fuera social, extrovertida, que saltara y corriera como la mayoría de mis compañeritos, lo cual, por supuesto, no era yo. Esa niña, en definitiva, no era yo.
La etapa escolar, especialmente durante la educación básica, se caracteriza por la multiplicidad de estímulos que rodea al niño/a. Es la etapa en la cual se está descubriendo el mundo.
Considero que, para brindar apoyo efectivo a los niños y niñas autistas en el ámbito escolar, es necesario adoptar enfoques prácticos y personalizados. Aunque no existe una fórmula universalmente efectiva, estimo que es posible establecer pautas de ayuda para los padres, educadores y cuidadores que guíen a los niños y niñas en el Espectro Autista.
Lo imprevisible resulta especialmente estresante para nosotros, dada nuestra estructurada forma de pensar. Para nosotros los imprevisto o cambios repentinos pueden causar mucha ansiedad e incertidumbre. Recuerdo que cuando estas situaciones sucedían, mi mente de niña se llenaba de preguntas como: ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué es lo que tengo que hacer? ¿Cómo lo debo hacer?.
Era como que mi mente se exaltaba y no tenía las herramientas para tranquilizarla. Este espiral de confusión, podría haber sido calmada, con una explicación sencilla de parte de el/la docente. Explicando el por qué de un determinado cambio y qué es lo que se esperaba de nosotros, en relación a ese nuevo panorama.
Es algo que no implica mayor tiempo ni esfuerzo, es una cuestión de respeto y consideración hacia el otro. Y con decir “hacia el otro”, quiero englobar tanto a los niños/as autistas, como a sus compañeritos neurotípicos que están en el mismo salón de clases.
La realización de actividades en las cuales no se tiene habilidades, exacerbaba mi ansiedad y frustración.
Recuerdo con claridad los años escolares en los que se me obligaba, sin excepción, a participar en bailes, una actividad en la que carecía y aún carezco de destreza.
Cuando uno no tiene las competencias para hacer una tarea y se demuestra que así lo es, sería razonable flexibilizar el área curricular o hacer adecuaciones. Por ejemplo, una de mis habilidades es aprender muchos datos, y tal vez en lugar de ponerme a bailar yo podría haber investigado, de distintas fuentes, anécdotas relacionadas con la actividad y a mí me hubiese encantado exponerlas.
Al igual que nuestros compañeros tenemos habilidades las cuales pueden ser exploradas relacionándolas a la actividad que se está llevando a cabo. No se trata de romper las reglas, se trata de que el proceso de aprendizaje sea algo agradable de realizar.
Aunque la socialización es un aspecto importante del desarrollo infantil, la invasión del espacio personal, los lugares muy bulliciosos (como el recreo), puede generar malestar, incomodidad, cansancio en el niño o niña autista.
Esta reacción no obedece a un capricho, sino a una diferencia en el procesamiento sensorial. En estas situaciones, el apoyo de uno o más compañeritos, que sean tranquilos y cercanos, podría facilitar la inclusión del niño o niña autista en el grupo.
En mi opinión no habría que obligar al niño/a a integrarse en actividades sociales. Recuerdo muy bien que en los primeros años de colegio cuando yo trataba de estar sola en el recreo (que es un tiempo de mucho bullicio y mucha actividad física y social), mis profesores me decían, y lo recuerdo muy bien: “¿Qué hace usted aquí sola? Vaya a jugar con sus compañeras.”
Y yo lo único que deseaba en ese período de tiempo, era estar en un lugar tranquilo revisando libros con muchas imágenes y colores brillantes, o dibujando y pintando; actividades que para mí eran relajantes.
Me sentía como Mafalda.
Recuerdas esa típica frase de Mafalda: “Paren el mundo que me quiero bajar.”
Pues así me sentía yo en el recreo. Creo que Mafalda y yo nos hubiésemos llevado muy bien.
Una cosa importante que quiero aclarar: no es que no quisiese sociabilizar, de hecho sí lo quería hacer. Pero a mi ritmo y compartiendo alguno de mis intereses.
Las diferentes formas de juego es un aspecto a respetar, sería ideal fomentar el reconocimiento y la valoración de las preferencias individuales a la hora de jugar.
Pienso que es ideal que los docentes les explicaran a sus compañeros que él/ella se divierte de otra forma (que tal vez no es precisamente correr, saltar o gritar), lo cual está bien y es respetable. Y que también enseñaran, a las y los estudiantes, qué es la inclusión, ya que esto es la base para construir una sociedad más humana.
Para concluir, me gustaría compartir una reflexión personal sobre la escolaridad y la infancia.
La niñez es un período irrepetible, valioso y la vida escolar tendría que ser una etapa que deberíamos recordar con nostalgia y alegría.
Cada niño o niña, autista y neurotípico, tendría que experimentarla y disfrutarla a su propio ritmo.
La diversidad de enfoques de aprendizaje y juego, debe ser apreciada y respetada. Invito a educadoras y educadores, a madres, padres y a personas cuidadoras, a abandonar la idea de que todos los niños y niñas aprenden, juegan o socializan de la misma manera. Y a considerar, de manera positiva, que en algunos momentos, se requerirán ajustes para promover una participación plena y placentera en el entorno escolar y en la sociedad.