La verdad a medias no existe.

Experiencias

La verdad a medias no existe.

La verdad a medias no existe.

Por Ailyn Falk Aliaga.

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Cuando era pequeña tuve un objeto de transición. Un peluche de Mickey Mouse que lo llevaba a todas partes, a la casa de mis abuelos o tíos, al colegio, cuando salía de casa para acompañar a mis padres al supermercado, incluso a mis vacaciones.

No importa a dónde yo fuera, el peluche iba conmigo, incluso ni siquiera dejaba que lo lavaran, ya que en mi mente de niña eso implicaba hacerle daño a mi “Kimi” (así le decía a mi peluche).

Sin embargo, las cosas comenzaron a ponerse difíciles. Cada vez que mi “Kimi” se perdía, yo me ponía a llorar. Esto complicaba a mis papás, pues no me tranquilizaba hasta que el peluche aparecía, por lo cual esta situación los llevó a tomar una decisión.

Tendría que despegarme de mi “Kimi”.

Entonces, ¿qué hicieron mis padres? ¿Me lo quitaron de buenas a primeras y lo hicieron desaparecer?

La respuesta es no. Ellos comprendieron que quitármelo y desecharlo, iba a ser traumante para mí, que solo lograría crearme inseguridades, además de perder confianza en ellos.

Así que comenzaron con cosas tan sencillas como enseñarme que, si íbamos al supermercado, de visita, o al colegio mi “Kimi” iba a quedarse donde yo lo había dejado.

Si estaba en mi silla, ahí iba a estar, si quedaba en mi cama, ahí se iba a quedar, si estaba junto a mis juguetes, de ese lugar no se iba a mover.

Y así ocurría. Mi mamá se aseguraba que mi peluche ahí estuviera, y cada vez que iba consiguiendo dejarlo en casa, ellos anotaban, en un calendario, el día que lo había logrado.

Aún recuerdo, con felicidad y nostalgia, cuando logré dejar a mi “Kimi” en la casa para una salida familiar y mi padre marcó ese día en el calendario mientras me felicitaba junto a mi madre.

Esto fue algo muy importante para mí, me hizo sentir orgullosa de mí misma el constatar que podía hacerlo, que podía salir sin mi “Kimi”. Además logré ver que mis padres eran verdaderamente confiables.

Luego, idearon otra manera para que ya no durmiera con mi peluche.

Cada semana mi papá me decía, “ok, ahora el Kimi va a dormir a tus pies y cuando despiertes ahí va a estar”, o bien señalaba, “ahora el Kimi dormirá en tu silla y ahí te esperará en la mañana”, en ocasiones me indicaba, “hoy el Kimi dormirá solo con sus amigos y mañana vendrá a saludarte”.

Así fue por un tiempo, hasta que dejé de lado a mi “Kimi”. Aún lo conservo con mucho cariño.

¿Pero, por qué algunos autistas usamos estos objetos?

La respuesta es bastante sencilla de explicar: tiene “olor a casa”, porque posee un “aroma de pertenencia”.

Para algunos niños autistas estos objetos nos dan tranquilidad y seguridad, la percepción de que todo va a estar bien y que no sucederá nada malo.

Nosotros podemos sentir esa sensación al tocar nuestro objeto de transición, incluso oliéndolo, para otros ese “juguete” puede no oler a nada y su textura no ser nada especial, pero para la hipersensibilidad de un autista estas sensaciones son más intensas y estos objetos nos entrega la paz que muchas veces las personas no pueden entregarnos.

Sin embargo, también está la “creencia” que una vez el niño crece, debe despegarse de sus “cosas de niño” como juguetes o peluches.

Con frecuencia es posible escuchar la frase, “tiene que dejar esas cosas de lado porque ya está grande”. ¿Y qué hacen los adultos? Les obligan a deshacerse de sus juguetes de la noche a la mañana.

En lo personal no estoy de acuerdo con esta práctica.

Si se le dice al niño que su juguete se quedará en casa, y cuando vuelve este ya no está donde lo dejó y además no lo encuentra por ningún lado, solo se logra una cosa: que el niño autista tenga una desregulación emocional, causando un aumento de su ansiedad y estrés, además el niño perderá confianza en sus padres porque la verdad es absoluta, la “verdad a medias” no existe.

Para que un niño autista pueda despegarse de su “objeto de apego”, hay que ayudarlo a entender que, si lo deja, no solo no va a suceder nada malo, sino que además cuando vuelva a casa su juguete estará donde él lo dejo.

Esto le dará tranquilidad y también verá que sus padres no le estaban mintiendo, que fueron verdaderamente honestos con sus palabras.

El “objeto de transición” es algo vital para un niño autista. Nos mantiene estables emocionalmente.

No se los quiten. Enseñarles a despegarse de ellos es la clave. Sean honestos, dennos y respeten nuestros tiempos, y verán como todo irá rindiendo frutos.

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